Un día, un campesino, buen hombre y trabajador, iba por un sendero
llevando detrás de él a su asno atado con una sencilla cuerda que servía de cabestro
al animal. Lo divisó un ladrón muy experimentado, y resolvió robarle el asno.
Comentó su proyecto a uno de sus compañeros, que
entonces le preguntó: “¿Pero cómo te vas
a arreglar para no llamar la atención del hombre?”
El otro contestó: “¡Sígueme y ya verás!”
Se acercó entonces por detrás al campesino, y con
mucho cuidado quitó el cabestro al asno, se lo puso él mismo, sin que el hombre
notase el cambio, y echó a andar con el mismo compás, mientras su compañero se
alejaba con el asno que habían libertado.
Cuando estuvo seguro el ladrón de que el burro
iba ya lejos, detuvo su marcha bruscamente, y sin volverse, intentó el hombre
obligarle a marchar, tirando de él. Pero al sentir aquella resistencia, se
volvió para regañar al animal, y vio sujeto con el cabestro, en lugar de aquél,
al ladrón que lo miraba con aspecto humilde y ojos implorantes.
Se quedó tan asombrado el campesino, que
permaneció inmóvil frente al ladrón; y al cabo de un momento, pudo por fin
articular algunas sílabas y preguntar: “¿Quién
eres?”
El ladrón exclamó con voz lacrimosa:
“¡Soy tu asno, oh amo mío! ¡Pero mi historia es asombrosa! Porque has
de saber que en mi juventud era yo un pandillero dado a toda clase de vicios
vergonzosos. Un día entré completamente borracho y repugnante en casa de mi
madre, la cual, al verme, sin poder dominar su ira, me colmó de reproches y
quiso echarme de la casa. Pero yo la rechacé y hasta la pegué, influido por mi
borrachera. Entonces, indignada ante mi conducta para con ella, mi madre me
maldijo, y el efecto de su maldición fue cambiar repentinamente mi forma y
convertirme en asno. Días después ¡oh amo mío! me compraste por cinco dinares
en el establo de los burros, y me has tenido todo este tiempo, y te he servido
como animal de carga, y me pinchabas en la grupa cuando, rendido ya, me negaba
a andar, y lanzabas contra mí mil insultos y maldiciones que no me atreveré
repetir nunca. ¡Eso es todo! ¡Y no podía yo quejarme porque me faltaba el don
de la palabra!, y lo más que hacía a veces, aunque raramente, era recurrir al cuesco para reemplazar así el
lenguaje que carecía. Por último, sin duda ha debido recordarme con agrado hoy
mi madre, y debió entrar la piedad en su corazón e incitarla a implorar para mí
la misericordia del Altísimo. ¡Porque indudablemente obedece esta misericordia
el que ahora haya yo vuelto a mi primitiva forma humana, oh amo mío!”
Al oír estas palabras, exclamó el pobre hombre: “¡Oh amigo mío, perdóname mis errores y
olvida los malos tratos que te hice sufrir sin darme cuenta!”
Y se apresuró a quitar el ronzal que sujetaba al
ladrón, y se fue muy arrepentido a su casa, donde pasó la noche sin poder pegar
los ojos de tantos remordimientos y pena como sentía.
Algunos días después, fue el pobre hombre al establo
de los burros para comprarse otro asno; ¡y cuál no sería su sorpresa al
encontrar en el mercado a su primer asno con el aspecto que tuvo siempre! Y
pensó: “¡Sin duda debió el delincuente
cometer ya algún otro delito!”
Y se acercó al asno, que se había puesto a
rebuznar al reconocerle, se inclinó a su oreja y le dijo con todas sus fuerzas:
“¡Oh criminal incorregible! has debido ultrajar y pegar otra vez tu
madre para transformarte de nuevo en animal ¡Pero juro que no seré yo quien
vuelva a comprarte!”
Y marchó indignado a comprarse otro asno que no
fuese un hijo ingrato y golpeador.
--------------- Las Mil y Una Noches // Noches 379-380. ADAPTACIÓN
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