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Las ramas tiritan. Las tiesas ramas crepitan.

martes, 3 de enero de 2012

El silencio

 

El silencio es una tumba. Es una demanda universal que me hace ella porque soy una partícula de mierda que conforma todas las dimensiones de la mierda que puedan ocurrírsele a un ser humano. Tengo los dedos llagados, la lengua hecha pedazos -pienso que piensa ella. Mi nudo es una garganta. Mis ojos no miran, no quieren verte, quieren cerrarse, dormir. No quiero tus manos, la forma de tus manos, la caricia de tus manos, la forma de tus caricias, que son un espécimen sádico de lo cariñoso, un golpe de suerte, un golpe de calor, un galope, una pedrada al beso. No quiero ni te quiero, hoy, que es un viernes, o es un día de la semana cuyas leyes me resultan hoy indescifrables, como el deseo –que no me tiene. En ademán ya me rechaza y la repugno, soy callado, soy el que calla, ella calla, ella es el silencio, y mi corazón un trampolín hacia un campo de espineles, de fusilamiento a ciencia cierta. Yo soy una ballena tratándole de surcar los mares. Ella es un impulso, una ostra perpetua, un capullo ante el anochecer, cerrado, como una esquirla de amor, como su vorágine, acaso como su anhelo disipado. Yo camino casi malandrín recorriéndola, ella me da un beso en el aire, ella quiere el aire, ama el aire, ama la libertad, escaparse de mí, fortalecerse, guarecerse, desguadarramarse. Es ella, su ley, su noche, su horadaje, el lecho donde descansan sus hijos y sus peces. Es ella, atravesada por la decisión, acaso ofendida y mucho más, acaso libre, percibida libre, decidida libre. Es ella, acurrucada a mi costado, aplanándome con unos zarpazos suaves, con la punta de sus pies, con su inexpugnable pensamiento, con sus límites desbordados de sí misma, ante mi, sumiso, torpe, usado, deshauciado, degenerado, asqueroso y ruin. Ella es la que calla. Muero. Es su silencio.