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Las ramas tiritan. Las tiesas ramas crepitan.

miércoles, 9 de octubre de 2013

4 Microrrelatos

 

EL FRANCOTIRADOR [Armando Macchia]

Todos los días, mientras esperaba el ómnibus, un niño me apuntaba desde un balcón con el dedo, y gatillaba como un rito su arma imaginaria, gritándome “¡bang, bang!”. Un día, solo por seguirle el rutinario juego, también yo le apunté con mi dedo, gritándole “¡bang, bang!”. El niño cayó a la calle como fulminado. Salí corriendo hacia él, y vi que entreabría sus ojitos y me miraba aturdido. Desesperado le dije “pero yo solo repetí lo mismo que tú me hacías a mí”. Entonces me respondió compungido: “sí señor, pero yo no tiraba a matar”.

EL VIEJO PACIENTE [Daniel Moreau]

El viejo paciente me dijo que nunca abriese el armario. "Hay un tigre allí y si lo haces nos devorará a los dos", dijo. Como celador, parte de mi trabajo es seguir la corriente a nuestros pacientes, así que acaté los deseos del anciano. Cuando murió, meses más tarde, metí en una bolsa sus escasas posesiones. El armario, sin embargo, lo dejé. Yo también había imaginado las rayas del tigre, los dientes como cuchillas, los bigotes como alambres y los ojos luminiscentes. Me lo imaginé paseándose hacia adelante y hacia atrás dentro del armario esperando a abalanzarse sobre la primera persona lo suficientemente tonta como para abrirlo.

UN OJO [Tarek Emam]

Una vez, encontré un ojo tirado en una de las calles, uno real. Incluso cuando me incliné y lo cogí suavemente toqué sus lágrimas. Todavía era capaz de ver un ojo ciertamente diferente de los ojos sinceros esparcidos por las aceras de El Cairo. Continué llevándolo con cuidado para no reventarlo, buscando a alguien para regalárselo. Le estaba mirando de reojo, y lo vi contemplando la ciudad derrotada, sin rostro que mira con él, sin un vecino que le acompaña para ver junto a él. Al final- se me cansó la palma atenta y cargada con él – lo apreté violentamente, hasta que sentí que el mundo se oscureció ante él. En este día en especial, conocí a mucha gente que lo perdieron todo, excepto sus ojos, y sólo en casa, me acordé de que un día, perdí un ojo.

LA LIBERTAD [Yinon Tal]

La libertad, pregunté y no percibí respuesta.
Abandoné la casa y salí a navegar.
Pregunté dirigiéndome a los peces:
—¿Qué es la libertad?— Y se mantuvo el silencio.
Atravesé continentes, peiné bosques intrincados, intentando obtenerlo de todas las criaturas inteligentes. Consideré, pregunté… Tratando de hallar la información pero fracasé, se equivocaron los bosques, paso en falso en la misión. Entré a las cuevas del desierto, pregunté a mamíferos, aves e insectos. Interrogué a bichos y reptiles-insectos alimañas “a toda clase de alimentos prohibidos.” Afirmaban que esta era una pregunta difícil. Pasé por Reinos grandiosos y lejanos. Pregunté a Reyes y a Plebeyos a Afligidos y Danzarines a Salteadores y a Honestos.
Ninguno me dio una respuesta. Al cruzar el umbral de acceso, al llegar a mi casa llegue a una reflexión en mi paradigma: La libertad se inicia cuando se renuncia a preguntar por ella y finaliza cuando ensanchamos la pregunta.


Los microrrelatos anteriores, fueron seleccionados como ganadores del

III Concurso Internacional de Microrrelatos Fundación César Egido Serrano - Museo de la Palabra.

Fuente: MuseoDeLaPalabra.es

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